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From: Francisco Marcos Marín [mailto:[log in to unmask]]
Sent: 02 February 2001 08:25
To: MEDIBER: Medival Iberia Mailing List
Subject: Rafael Lapesa
La triste noticia es que don Rafael falleció serenamente, como había
vivido, el primero de febrero, a las 6 menos 5 de la mañana, en su casa de
la Residencia de Profesores, en la calle de Isaac Peral, en Madrid.
Nacido en Valencia el 8 de febrero de 1908 (le faltaba una semana para
cumplir los 93 años), se trasladó de niño a Madrid, a una casa en las
cercanías del Palacio Real, por lo que sus juegos infantiles tuvieron ese
escenario, con las hermosas vistas al Oeste, hacia la vega del Manzanares y
los cerros de la sierra de San Juan, Gredos al fondo.
Hizo sus estudios en Madrid, por tanto y, ya en la Universidad, entró en
contacto con excelentes maestros, don Miguel Asín Palacios, en árabe, don
Américo Castro y don Ramón Menéndez Pidal en hispanística y romanística.
Los dos últimos imprimieron en él un sello definitivo y lo vincularon al
Centro de Estudios Históricos, al que sirvió toda su vida.
Esos años de estudio no fueron financieramente tranquilos. El quiebre de
una compañía llamada, por ironías del destino, "La aseguradora del
porvenir", dejó a la familia Lapesa en muy mala situación, por lo que don
Rafael conoció la necesidad de acompañar el estudio con el trabajo y se
habituó a la dura disciplina que sería su norma de conducta.
El Centro de Estudios Históricos le permitió trabajar en textos medievales,
inicialmente de la mano de Américo Castro, de quien aprendió el método que
luego sería característicamente lapesiano del comentario de textos, para
ayudar luego a don Ramón en el monumental trabajo de Orígenes del Español,
el Romancero y el Vocabulario de los Orígenes. Se iniciaron entonces sus
colaboraciones en la Revista de Filología Española. También en las clases
de don Américo conoció a Pilar Lago, con quien se casó y vivió una vida
familar en completa armonía. La influencia de Pilar en don Rafael y en el
entorno de todos los discípulos de Lapesa (suplentes de los hijos que no
tuvieron) ha sido, a lo largo de los años, decisiva, inolvidable.
Durante la guerra civil, en Madrid, sin poder incorporarse a filas por sus
problemas médicos (este hombre, que jamás falto a clase y vivió más de 92
años tenía una constitución débil), se tuvo que ocupar de mantener los
fondos del Centro, especialmente cuando el Gobierno de la República hubo de
trasladarse a Valencia.
En ese momento, en un Madrid ensangrentado y dislocado, víctima de las
matanzas internas y los bombardeos de fuera, inició lo que él consideró su
obra "por la España de todos", la Historia de la Lengua Española. Concebida
inicialmente como un libro de Bachillerato (es decir, para estudiantes
entre los 10 y los 16 años), el tiempo la ha convertido en el monumento de
la Filología español del siglo XX, la obra ejemplar.
El fin de la guerra supuso nuevas penurias, "depurado" en su cátedra de
Instituto por su vinculación a la República, fue trasladado finalmente a
Salamanca, donde coincidió con maestros como Tovar, y vivió el fin del
sueño de la "revolución sindicalista" que alejó a destacados falangistas
del nuevo régimen político e introdujo los primeros atisbos de lo que sería
muchísimo después la socialdemocracia (con hombres como Ridruejo o Laín).
Cansado de que, cada vez que firmaba las oposiciones a cátedra de
Universidad, éstas nunca se convocaran, a punto de trasladarse a los
Estados Unidos, obtuvo por fin la cátedra de Historia del Español de la
Universidad Complutense, que atendió hasta su jubilación.
Muy lentamente, con enormes dificultades, incomprensiones y penurias, se
fue completando una obra que tuvo como factor determinante la entrega a los
demás: a sus discípulos (no sólo alumnos), primero, a la Real Academia, en
la que dejó todas las tardes de su vida de madurez, en el empeño
interminable del Diccionario Histórico, a una vida de compromiso personal
que incluía la "opción por los pobres" del Evangelio. Su obra,
relativamente extensa, siempre cuidada y modélica, habría sido descomunal
si no hubiera existido esa cesión voluntaria de sus mejores horas al
anonimato y el silencio, a escuchar preguntas de doctorandos, a leer
trabajos de jóvenes investigadores, a responder puntual y rápidamente a la
correspondencia, a atender a las necesidades de todos.
Con ser fundamentales sus estudios literarios, modélico su libro sobre
Garcilaso, únicos durante años sus trabajos de Sintaxis Histórica,
delicadas sus críticas de literatura contemporánea, precisa y continua su
aportación a las Academias Española y de la Historia, nada es comparable al
ejemplo de maestro, al recuerdo de las horas en esa casa que, como la de su
infancia, también miraba al Oeste, los paseos por El Escorial, las
coincidencias en Jaca, en Valladolid, en Oviedo, en Cáceres, en Sevilla, la
unión de tantos amigos, por encima de todo sus discípulos. No, no son los
muertos los que se quedan tan solos, somos nosotros.
Francisco Marcos Marín
Instituto Cervantes
Universidad Autónoma de Madrid
(se ruega no reproducir en forma impresa sin consultar con el autor)
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Francisco A. Marcos-Marín
http://www.lllf.uam.es/~fmarcos
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E-28040 Madrid
España
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